La bondad de la incomodidad...
Y una serie de pequeñas molestias
A veces la vida nos sacude suave. Nada drástico, nada evidente. Sólo una serie de pequeñas molestias: ya no te entusiasma lo que antes te emocionaba, te sientes fuera de lugar en espacios que solían ser tuyos, o te invade un cansancio que no es físico, sino existencial. Y aunque parezca insignificante, ese leve desajuste puede ser una alarma sutil.
Durante años pensé que cualquier atisbo de incomodidad significaba que había que huir o arreglar algo YA. Pero lo cierto es que algunas de las mejores decisiones de mi vida nacieron de no estar cómoda. De aceptar que lo que una vez me hizo bien, ya no me alcanzaba.
Carl Jung decía: “No hay toma de conciencia sin dolor. La gente hará cualquier cosa, por absurda que parezca, para evitar enfrentarse a su propia alma”. Y tenía razón. Lo incómodo duele, pero también revela. Nos empuja a mirar hacia adentro y a revisar lo que ya no va con nosotras para pasar a la acción.
No nos lo enseñan, pero la incomodidad también es parte de muchos procesos. Es un estado en el que sentimos que ya no cabemos, que molesta, pero profundamente necesario. Y es que si siempre estamos en lo conocido y en lo predecible, ¿cómo vamos a descubrir de lo que somos capaces?
Cuando algo cruje por dentro, cuando algo molesta en lo profundo, suele ser porque estamos creciendo, mudando de piel, soltando cosas que ya no nos sirven. La incomodidad, en lugar de una señal de que algo anda mal, puede ser un llamado para empezar de nuevo.
Crecer no es fácil. Ni rápido. Ni glamouroso. A veces implica estar sola un rato, sentirte torpe, no tener respuestas, equivocarte más de una vez. Pero ahí, en medio de esa confusión, también estás encontrando otra versión de ti misma. Una más libre, más valiente y más despierta.
No se trata de buscar el caos, sino de dejar de tenerle miedo. De entender que sentirte incómoda no es el fin del mundo, sino el inicio de otro. Uno que quizá te saque de tu zona segura, pero también te acerque más a quien realmente eres.
Cuando algo no te cuadre, en lugar de callarlo o forzarte a adaptarte, escúchalo. Tal vez ese pequeño roce con lo desconocido sea justo el impulso que necesitas para dar un paso más hacia ti.
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